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Dice Siri Hustdvet en su último libro Recuerdos del futuro que «una historia se convierte en otra historia y una vez es otra vez y “érase una vez” es una manera de eludir el tiempo». Le robo esta frase para traerla aquí conmigo.

 

Las mentes narradoras protagonistas de los relatos de A cincuenta metros bajo tierra son las mentes de todas las vidas que pueden caber en otros mundos posibles. Una ciudad que son todas las ciudades. Donde cualquier personaje puede ser él mismo y también su reverso, para acabar en un laberinto sin final. En algunos relatos, esas voces se ven irremediablemente abocadas al abismo. En otros, retratan con cinismo y humor una realidad cruel o absurda. En más de una ocasión buscarán ansiosamente una salida. Como en el cuento de «Subterfugios»:

 

Pero en el fondo de mí misma, seguía manteniendo el odio hacia la contención que me llevaría a tropezar con aquel pavoroso desvelamiento. Hasta que un día junté todo el valor que cabe en la desesperación humana y decidí abandonar mi sueldo y mi contrato indefinido, la perfección que estrechamente se une a la locura, y abandoné a un jefe castrador que perpetuaba su papel más allá del umbral de sus propios límites. Y decidí saborear la libertad de la incertidumbre. Encorvándome hacia delante, juntando las dos manos en mi pecho y apuntando hacia el esternón, me despedí de él con júbilo comedido y una sonrisita apagada en los ojos: «Adiós, Marushima-san».

 

Y al final de la historia, otra historia vuelve a empezar. Y ojalá los personajes, las ratas y los raíles del metro repiqueteen en la mente de lector al llegar al final. Y después, también. Para volver a empezar.

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ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS abril, 2010
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2

Las muertes de Don Quijote y la poesía febrero, 2010

3

I’m not there febrero, 2010

 

© Javier Pérez Andújar, 2010. 1ª edición publicada por Tusquets Editores,S.A.

A veces sueño que un ejército de filólogos invade las calles y avanza poco a poco haciéndose con las panaderías, los bancos, los colegios, las editoriales, los despachos de abogados, los talleres mecánicos y hasta las tiendas de ropa, las plazas públicas y las cabinas de los trenes. Lo hacen pacíficamente pero decididos, en tropel, son muchos y llevan esperando tiempo, a juzgar por su aspecto de cansados pero enérgicos. De pronto empiezan a ser más y muchos más, y las calles son ríos de filólogos que se llenan de un bullicio ensordecedor. Y entonces despierto de repente en sudor. Menos mal; no vaya a ser que me ocurra lo que a los integrantes del Nautilus, que pueden entrar pero no salir. Como afirma uno de los personajes de Todo lo que se llevó el diablo, el mundo de hoy se ha formado sobre esa novela de Julio Verne: Veinte mil leguas de viaje submarino. El descenso a las profundidades de la mente y a las profundidades de la sociedad son como el ansiado descenso del capitán Nemo a las profundidades marinas; un viejo sueño de la humanidad que pretendemos exorcizar.

Esta segunda novela del escritor de Sant Adrià del Besòs Javier Pérez Andújar —hijo catalán de la inmigración y filólogo hispánico, ambos datos a mi parecer importantes para conformar su universo narrativo—, se construye a través de retales de historias superpuestas unas a otras y narradas por sus propios protagonistas, reales o ficticios. El presente coexiste con el pasado y la realidad se mezcla continuamente con la ficción, como en una ecuación constante del espacio-tiempo. Las supuestas cintas grabadas por el personaje de Arcos Paulín y encontradas por Paco Castañón son una carambola ficcional en esta dirección. Castañón es un librero y coleccionista de cómics,  que viaja hasta Bruselas para encontrarse con el descubrimiento de la figura del dibujante Arcos Paulín, personaje que supuestamente formó parte de las Misiones Pedagógicas que nacerían en 1931 con la intención de llevar la cultura a los pueblos más remotos de la geografía hispánica.  Estos personajes ficticios novelescos se mezclan en la novela con otros reales como fueron el propio Cossío, Lorca, Giner de los Ríos, Luis Bello, María Zambrano y otros muchos intelectuales y sobre todo maestros anónimos de la República. Todos aparecen en este homenaje personal del autor a una época, a unos idearios, a una forma de ser de quienes consiguen ser aquello que trabajan, a la memoria, a la democracia, y a los libros: «Los libros tienen un componente biológico en relación con las personas. Forman parte de ellas. Los libros, al igual que el cerebro, dan opinión a la gente».

Son las Misiones Pedagógicas el eje central de esta segunda novela del autor. Y es ese espíritu de libertad e instrucción, que motivó la fundación de ese proyecto educativo republicano, lo que se encuentra de bruces en la novela con lo más acérrimo de la crueldad humana. Con ese germen que sembraría los tres años posteriores de Guerra Civil y la dictadura. Ese diablo que iba gestándose en el aliento de personajes como el alcalde don Melitón: la violencia y el caciquismo, la centralización de poder y el odio. ¿Nos nos recuerda la figura del tirano a ciertas novelas del realismo mágico latinoamericano? Sin duda. A propósito de lo sobrenatural en la historia, ya han intentado emparentar al autor con esta corriente literaria del realismo mágico; y con atino él mismo responde que en nuestra propia cultura popular y oral podemos encontrar el propio origen de esa realidad también atávica y supersticiosa, donde los cuentos y las leyendas así como los romances recogen una tradición en la que se explican muchos de nuestros ritos culturales más ancestrales que son, en el fondo, la primera forma de la literatura de la “tribu”.  En este sentido el esperpéntico personaje de Delfín el Aparecido brinda a la novela algunos de los momentos más cómicos. Es un personaje a quien todo el mundo se empeña en recordarle que está muerto y que por eso debería ser enterrado, mientras él se afana en vagar como alma en pena, resistiéndose a dejar este mundo y deleitándose en conversar con los vivos. Un tema recurrente por ejemplo en la cultura y tradición gallegas que ha tenido resonancias múltiples en las letras hispánicas, con un protagonismo marcado por la Santa Compaña. El joven lobero Velasco Flaínez es otro de los personajes que atraviesa la sierra de la Culebra y la novela misma, buscando a su tío anarquista. O la moderna Maruja, enamorada del cine y de las novelas en las que salen aviones, hidroaviones y turbinas y donde los protagonistas beben cócteles y champán, y bailan jazz en Chicago y conducen coches deportivos, aventuras en que las mujeres fumen y lleven zapatos de piel de serpiente. Gente que buscaba en el cine y en la literatura lo que no tenían en su microcosmos particular.

Sin embargo, conozco a quien como al Marcelino de la novela de Pérez de Andújar, Mary Poppins le deprime y no le gustó nada ni cuando siendo un crío le llevaron a verla al cine. Porque tanta felicidad en la gran pantalla no podía ser más que una mentira, y traía consigo la melancolía a su vida gris de pantalones cortos. A él le hubiera gustado que hubiera estudiado otra cosa. Pero todavía estoy segura que los filólogos un día inundarán las calles.

Del título: (Carta de Arthur Rimbaud a Georges Izambard)

Recuerdo, como si la tuviera ahora mismo ante mis ojos, la imagen de aquella tarde de agosto en la azotea de un pueblo perdido adonde me arrastraron algunos años de mi adolescencia. El sol me golpeaba en el esternón y en el pecho y parecía filtrarse en mi respiración. Casi pesaba como un dolor caluroso. En la vida hay algunos momentos absolutamente visuales, donde sólo la imagen captada a través de nuestros ojos como una instantánea se graba para siempre con efecto de flash. Es un parpadeo de luz que nos lleva a captar ese pequeño y preciso momento. La diferencia con otras imágenes que nos asaltan a cada minuto durante las veinticuatro horas del día es que vamos a poder volver a ese instante fotográfico toda nuestra vida, rememorándolo única y exclusivamente de forma visual. Sin olores, sin sentimientos. Los sentimientos vendrán después, se asociarán después como valor añadido de la rememoración. Pero ese instante está libre de prejuicios de ningún tipo. Tan sólo la imagen en un breve instante de segundo. Es el poder fotográfico de la mente. Recuerdo cuando más adelante escapé a la universidad, y mis amigas y yo creíamos que el mundo lo habían puesto para que pisáramos con fuerza el asfalto de todas las ciudades que tendríamos que visitar. Como  el Fermín de Pas de La Regenta que leíamos por aquellos días, habíamos soñado con más altos destinos. Era lo que llamaríamos saborear los recuerdos sin que todavía se hubieran convertido en recuerdos. Aunque paradójicamente no dejábamos de pensar en el futuro. Nos proyectábamos hacia delante mientras consumíamos las tardes de invierno en el bar subterráneo del edificio histórico de la facultad, o mientras se esfumaban aquellos días de primavera previos a los exámenes finales, estiradas en el césped de los jardines del edificio de letras. Teníamos grandes planes y una visión del mundo que creíamos compartir. Nadie nos dijo que fuera fácil. Ahora sabemos que el futuro es esto. Es la ironía del deseo.

Les recomiendo que azoten fuerte sus impulsos melacólicos que acarrea el frío con el documental When You’re strange: a film about The Doors, que se proyecta estos días en el Festival In-Edit de Barcelona.

“El pino de Dotensanbacho, al que me refiero yo, ése es para los ahorcados. La razón por la que tiene ese nombre se debe a una antigua leyenda que dice que todos aquellos que se ponen debajo de él, sienten al momento la tentación de colgarse. A pesar de que por allí hay una docena de pinos,  es en ése en concreto donde siempre encuentran un cuerpo balanceándose. Os puedo asegurar que todos los años suelen ahorcarse en él dos o tres personas. De hecho, sería impensable ir hasta allí y luego ahorcarse en otro pino. Y en esas estaba, subyugado por la visión del árbol, cuando me di cuenta de que una de las ramas se descolgaba muy convenientemente hacia el pavimento. ¡Qué rama tan tentadora! Sería una lástima dejarla así, sin hacer nada. Un cuerpo debía colgar de ella. Por desgracia no había nadie más por los alrededores. ¿Debía colgarme yo? (…) Me sentí muy feliz imaginándome a mí mismo colgando de la rama, y pensé que al menos debía intentarlo. Pero de pronto me di cuenta de que Toito estaría esperándome.  Volvería a casa para mantener con Toito la conversación pendiente, y después me acercaría otra vez hasta allí. (….) Cuando llegué a casa vi que Toito no había venido.(…). Me sentí aliviado y feliz. Ahora podía volver al pino y colgarme sin más pronunciamientos. No tenía excusa. Salí corriendo hacia el lugar donde estaba el pino y entonces…

_¿Y entonces qué pasó?_preguntó impaciente el maestro.
_Hemos llegado al clímax de la historia_dijo Kangetsu mientras retorcía los hilos de su abrigo.
_Entonces vi que alguien se me había adelantado y se había colgado antes que yo. Sentí que, por unos segundos, probablemente había perdido mi oportunidad.”

(Soy un gato, Natsume Sōseki, traducción de japonés Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, © editado por Impedimenta en abril 2010)

El placer editorial

Este año regreso de tierras teutónicas con la sensación de que el deambular del sector editorial y sus profesionales y aficionados ha sido el más aburrido de los últimos años. La silueta de los rascacielos luminosos y el río Men nos dio la bienvenida esta vez bajo un calor inhabitual. Mientras que, paradójicamente, el Frankfurter Hof estaba tranquilo y sin el bullicio de las grandes propuestas hot que suelen ser el estimulante previo de la libido de los editores y agentes literarios, salpimentadas por los informes top list de esas figuras distópicas que son los scoutt. Parece que la crisis ha hecho estragos en la fertilidad que caracterizó a ediciones pasadas, y es muy probable que el deseo necesite de nuevos parches estimulantes que nos traigan de nuevo el placer y la excitación por las nuevas tendencias y los autores que arriesguen algo más que personajes vampíricos que simulan ser ángeles detectives a la caza de algún asesino sueco. La originalidad brilla por su ausencia en los stand luminosos de la Messe, pero siempre puedes escoger regalarte el paladar con un delcioso chucrut. Haber viajado hasta allí y regresar sin probar la col agría es peor que no haber ido. Menos mal que este año nos despertamos con la noticia de que un autor de lengua hispana había ganado el Nobel, y las casas editoriales de todos los países que no se habían atrevido antes a traducir al autor hacían colas ante el stand de la agencia española que gestiona sus derechos, para atreverse ahora a pujar por su contratación. Dicen que más vale tarde que nunca. Y es que las modas son como los mosquito tigre: tan sólo miden 5mm pero su picadura es especialmente dolorosa, causando inflamación y escozor persistentes e incluso reacciones alérgicas graves. Y yo me pregunto: ¿Venció la rutina al deseo?

Fotografía: Michaut Lucien Tainguy, para la película "Le voyage dans la lune" de Georges Méliès

Asistimos a la evolución de una sociedad que ha pretendido desenfrenadamente esconder a sus monstruos en el desván para hacernos entrar como invitados, por la puerta falsa del salón, a un mundo que no existe. Pero mientras la fina cristalería y la chimenea de granito adornan el escenario de la velada, los monstruos planean con tiempo el desenfreno de la venganza. Impedir el acceso a la conciencia no nos salvará de la locura. Las alfombras del invierno no están ya en la tintorería y debemos limpiar el polvo acumulado durante el largo verano, y enfrentarnos al frío con las mantas que nos quedan. Las crisis de todos los tiempos dejaron un sabor amargo en la despensa que vamos a asumirlo como el poso de un buen vino.  Huyamos de todo lo humano y lo divino para hundirnos en la ciénaga de las ficciones súbitas. Si pensabas que las sombras de espíritus pasados abandonaron los estantes, es que todavía no has pasado hambre. Pero todo llegará, y lo mejor y lo peor de otros tiempos asomará su patita por debajo de la puerta. Entonces acudiremos a lo que estaba escrito como tabla de salvación, y nos encontraremos que aquél personaje ya fue el protagonista de algún cuento. Lobos, trapecistas, poetas mugrientos, princesas sin trenzas, brujas con escoba y sin escoba, caballeros cautivos, ogros con ojos de cristal, cerditos que ya no saben soplar. Naves espaciales en planetas deshabitados. ¿Tú quien crees que eres?

Shê bù dé

© Garp Enterprises, Ltd, 2009.De esta edición Tusquets Editores, S.A., mayo 2010. Traducción de Carlos Milla Soler

Fue en verano cuando cayó en mis manos por primera vez Una mujer difícil, y también era verano cuando me sobrecogió El mundo según Garp. Tengo siempre en mente el sopor de las horas lentas y la indolencia veraniega que acompañan al placer de la lectura por puro vicio sin límites. Se trata, muy probablemente, de una ilusión de paréntesis en la realidad que precede a la tempestad de la cruda materialidad invernal que alimenta a las cosas serias de la vida. En ese lapsus  previo que es la antesala de las obligaciones que nos traerá el frío, podemos alimentar el deseo de hacer lo que realmente nos guste, bajo la apariencia de que podrá ser así sin que nada accidental venga a interrumpir la inercia de nuestra voluntad, sin que ninguna adversidad trastoque la perfección de un plan tallado con esmero por la bruma con la que se confeccionan los pequeños sueños, tan inconsistentes a veces como insensatos otras.

Esta vez John Irving y La última noche en Twisted River se vinieron conmigo a Japón, en un vuelo de catorce horas y en los innumerables trayectos en tren para recorrer el país del sol naciente. Con un sol infernal y un calor de infarto, la lectura de ésta su última novela me trajo de nuevo el sentimiento de pérdida que hace crecer a todos sus personajes confiriéndoles siempre una dimensión humana como ningún otro autor sabe hacerlo. Incluso a Héroe, el perro cazador de osos que se quedará con el protagonista al final de la novela, un cruce “walker bluetick”, alto y flaco, sin párpado en un ojo y al que le falta media oreja, quien finalmente aprende por fin a ladrar. Siempre persiguiendo el descenso de sus personajes a los infiernos, para hacerlos renacer  aún a pesar de lo tullidos que puedan haber quedado en el transcurso de la historia. Héroes cuya huida es siempre hacia delante, dejándonos un pellizco de dolor con el que deberemos aprender a convivir a pesar de todo.

Me cuesta desprenderme una vez más de la escritura de John Iriving, de su  sopor hipnótico. Shê bù dé, en la expresión que utilizaban los inmigrantes chinos para expresar cuando uno no quiere renunciar a algo que se tiene. No soporto desprenderme del verano, ni soporto desprenderme de los planes que no voy a poder cumplir, no soporto desprenderme de la memoria que no voy a saber recordar, no soporto desprenderme de la vida que no voy a llevar, y no soporto desprenderme de las buenas lecturas que no hacen más que recordarme que podría estar haciendo otras cosas y no las hago.

El  Impostor

Guillermo Saccomanno


http://www.elimpostor.com/oficinista.html

¡¡¡¡Dios mío!!!! Has conseguido hacer blasfemar a una atea. Me has llamado, y me dejas caer la publicación de tu nueva reseña impostora. «Sí», te digo, «acabo de ver que la han colgado hoy, pero no la he leído». Yo nunca te miento. Y ahora que por fin has colgado (jajaja), he podido saborear el ritmo in crescendo y la interacción con el lector. Decididamente, nos vamos a comprar el libro. ¿No es ése el objetivo de un crítico? Ejem…Aquí da para debate largo y tendido, moco extenso,  y hasta postgrados en la Pompeu. Mi enhorabuena. Se me han puesto los pelos de punta pensando que podríamos llegar a ser «oficinistas». Esa ironía que tiñe tus últimas entregas me chiiiifllaaaa. ¿Será que siempre he sido una cáustica?